Te tropiezas con un balón de espuma y encuentras
un muñeco bajo el sofá. Giras el grifo del lavabo y descubres que anida un pato
de goma. Abres la sandwichera y ahí están, achicharrados, tres cromos del
Osasuna.
A veces maldigo este caos de casa tumultuosa con
niños. Pero sé que algún día maldeciré todo el orden a solas que vendrá
después.
Vuestros libros ordenados, pero sin ser
abiertos. Vuestras camas hechas, pero frías. Los platos pulcramente recogidos
en la alacena, pero sin nadie con quien comer.
Tener hijos y salir a la calle es como llegar a
la ceremonia de los Oscar de sobrado con dos estatuillas bajo el brazo, una
hora antes de que empiece la entrega de premios: sabes que te los has ganado
seguro.
Tener hijos es pisar la acera a las ocho y media
con toda la gimnasia hecha: los abdominales del estrés, las flexiones del 'no
se puede', el pilates del 'haz lo que debes', el yoga del 'aprovecha el
tiempo', los lumbares de la desobediencia y de la sinrazón. En tan solo media
hora, mientras te aseas. Así que cuando sales al mundo adulto ya no te acojona
nada y todo te preocupa lo justo.
Para convención popular, la que montas un
domingo lluvioso en casa con los amigos de tus hijos.
Para dimisión irrevocable, la que te presentan
cada día que les pones verduras.
Para exclusiva, la de que el pequeño tiene otra
novia y no hace declaraciones.
Para 'share', la audiencia que os da mamá
durante le cena, siempre con un cuento delante.
Para traición, la mía, que nunca estoy; la
vuestra, que habéis preferido la Play a las chapas.
Para problemas laborales, los que me da esa
ortografía en huelga y sin servicios mínimos.
Para inflación, la de los besos de Martín, que
cada vez los vende más caros.
Para crisis, la que acontece cuando se acaba el
verano.
Me lo enseñó una tarde mi abuela, que lo llevaba
escrito en un marcapáginas y leía una novela de Capote, eso de que los legados
más importantes que los padres y las madres pueden dejarles a sus hijos son
dos: uno son las raíces; el otro, las alas.
Algún día regresaré a casa tarde a causa del
trabajo (o de la falta del mismo). Abriré la puerta del salón y todo estará en
orden. Será que habéis volado, vaya. Entonces echaré en falta la felicidad que
era este perfecto desorden.